Alguna vez en nuestras vidas es probable que hayamos soñado con la idea de viajar por la ruta, ¿pero nos preguntamos realmente por qué nos apasionan las motos y los motores en general?
Los factores emoción y adrenalina juegan un papel importante a la hora de sentir. Las motos, incluso más que los autos, nos transmiten sensaciones intensas. No es necesario exceder límites de velocidad para sentir el poderío de una aceleración brusca o de estar al límite de adherencia en una curva. Los que hayan manejado autos de tracción trasera (que hoy no abundan) y hayan logrado un derrape controlado entenderán a qué me refiero.
El factor que me parece que prevalece es el de sentirnos en libertad. No hay ataduras con el mundo y su cotideanidad cuando transitamos un camino sintiendo el viento en el rostro o escuchando el rugir de nuestro motor. Esa sensación de bienestar es realmente lo que prevalece por sobre todo y hace que dediquemos grandes horas a nuestra pasión.
Pero hay un factor más determinante que probablemente explique mejor esa pasión por los fierros. El valor afectivo y la rememoración de que todo tiempo pasado fue mejor se hace presente en el deleite. La carga emocional pesa fuerte a la hora de vincularnos con los fierros. ¿Quién acaso no guarda recuerdos de esa moto que veía de chico pasar por la esquina de su casa o el auto con el que lo llevaban al colegio?
Dejémonos llevar por esta pasión y compartamos con plena conciencia este pequeño placer de la vida, sin importar de qué vehículo se trata. Al fin y al cabo, todos buscamos nuestro pequeño pedacito de libertad.
Pablo Simonetti
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